En nuestra despedida de solteros, nuestro tímido amigo Dave estaba en un rincón, sosteniendo un objeto envuelto en papel tisú. Cuando llegó su turno, nos dio el regalo, y Evan y yo lo abrimos. Era un trozo de madera tallada, con perfectos círculos concéntricos y una frase: «Algunos de los milagros de Dios son pequeños». Esa placa ha estado colgada en casa durante 45 años, recordándonos una y otra vez que Dios obra incluso en las cosas pequeñas: pagar una cuenta, proveer comida, curar un resfrío. Todo sumado a un registro impresionante de la provisión divina.
Mientras revisaba los tapetes para puertas en una tienda local, observé los mensajes impresos: «¡Hola!»; «Hogar», con un corazón en lugar de la «o»; y el más común: «Bienvenidos». Imaginándolo en mi casa, evalué mi corazón. ¿Daba mi casa la bienvenida como Dios quería? ¿A un vecino necesitado? ¿A un familiar que venía de otra ciudad y llamaba inesperadamente?
Andrew Card era jefe de gabinete del presidente estadounidense George W. Bush. En una entrevista sobre su papel en la Casa Blanca, explicó: «En la oficina de cada miembro del gabinete se encuentra enmarcada una declaración de propósito: “Servimos a discreción del presidente”. Pero esto no significa que servimos a su antojo o para resultarle agradables, sino para decirle lo que necesita saber para hacer su trabajo»: gobernar el país.
De niña, a mi hija le encantaba jugar con su queso suizo durante el almuerzo. Ponía el cuadrado amarillo sobre su cara, como una máscara, y decía: «Mira, mamá», mientras sus brillantes ojos verdes destellaban a través de dos agujeros vacíos del queso. Como mamá joven, esa máscara de queso suizo resumía lo que sentía sobre mis esfuerzos: sinceros, llenos de amor, pero tan imperfectos. Vacuidad, no santidad.
Mi hermana, mi hermano y yo fuimos desde diferentes estados al funeral de nuestro tío y paramos para ver a nuestra abuela de 90 años. Un ataque cerebral la había dejado paralizada, había perdido el habla y solo podía usar su mano derecha. Mientras estábamos junto a su cama, extendió esa mano y tomó la de cada uno de nosotros, colocándolas sobre su corazón y dándoles una palmadita. Con ese gesto sin palabras, mi abuela habló a lo que había sido, de alguna manera, una relación de hermanos rota y distante. «Asuntos de familia».
La familia Alba experimentó el raro caso del nacimiento de dos parejas de gemelos con solo trece meses de diferencia. ¿Cómo compatibilizaron sus responsabilidades parentales con sus trabajos? Con la ayuda de amigos y familiares. Los abuelos de ambos lados se ocupaban de un par de gemelos durante el día para que los padres pudieran trabajar y pagar el seguro médico. Una empresa donó pañales para un año. Sus compañeros de trabajo les cedieron sus licencias por enfermedad. En una entrevista en vivo, reconocieron que no podrían haberlo hecho sin la ayuda de la comunidad. ¡Incluso la periodista colaboró corriendo detrás de uno de los bebés durante el programa!
Después de dos días de estar enfermo y de un pico de fiebre, era evidente que mi esposo necesitaba atención médica. El hospital lo ingresó de inmediato. Al día siguiente, había mejorado, pero no lo suficiente para ser dado de alta. Tuve que tomar la difícil decisión de quedarme con él o cumplir con un viaje de trabajo que involucraba a muchas personas y proyectos. Él me aseguró que estaría bien, pero mi corazón estaba entre mi esposo y mi trabajo.
Durante la pandemia del COVID-19, David y Carla buscaron una iglesia a la cual asistir. «Es un momento difícil para encontrar una iglesia», me escribió Carla. Entonces, me di cuenta de que yo también anhelaba reencontrarme con la familia de mi iglesia. «Es un momento difícil para ser la iglesia», respondí. En esa época, nuestra iglesia había dado un giro: se ofrecían alimentos en los vecindarios aledaños, nos reuníamos en línea y se telefoneaba a los miembros de la congregación para ofrecer apoyo y oración. Mi esposo y yo participábamos, pero también nos preguntábamos qué más podíamos hacer para «ser la iglesia» en nuestro mundo cambiado.
Grainger McKoy es un artista que estudia y esculpe aves, reflejando su gracia, vulnerabilidad y poder. Su obra titulada Recovery [Recuperación] muestra el ala derecha de un pato rabudo, extendida en dirección vertical. Abajo, una placa describe el planeo de recuperación del ave como «el momento de mayor debilidad en el vuelo, pero también cuando reúne fuerzas para el viaje por delante». Además, incluye este versículo: «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).